¿Qué pasa cuando una comunidad entera decide detenerse, cantar junta y abrir el corazón para dejarse encontrar por Dios? Ese fue nuestro Ágape: un festival góspel donde las familias, los niños y los jóvenes vivieron una mañana marcada por la unidad, la adoración y la certeza de que el amor de Jesús todavía transforma vidas.

Desde muy temprano, el ambiente era distinto: padres e hijos llegaron con camisetas alusivas al evento, sonrisas que anticiparon algo especial y un espíritu receptivo que llenó cada rincón. No hubo indiferencia: hubo apertura, hubo unidad, hubo fe. Fue como si cada persona hubiese llegado cargando algo… y hubiese encontrado un lugar seguro para entregarlo.

El festival inició recordándonos una verdad profunda: a veces las voces del mundo apagan nuestra luz, nos confunden, nos distraen y nos hacen creer que no somos suficientes. Sin embargo, el Ágape nos mostró que Dios siempre encuentra caminos para hablarnos, para levantarnos y para llevarnos de regreso a Él. A través del arte hubo un mensaje certero que hay un Dios que busca, que restaura y que ama sin condiciones.

Uno de los momentos más significativos fue ver a los niños y a las familias unidas, compartiendo no solo el escenario, sino el corazón. Se sintió la inocencia de los pequeños, la vulnerabilidad de los jóvenes, la ternura de los padres… todo mezclado en una misma adoración. Había risas, lágrimas discretas, abrazos espontáneos y una paz que solo puede venir de Dios.
Muchos asistentes expresaron que sintieron la certeza suave pero profunda de que no están solos, de que sus luchas no definen su destino, de que siempre hay una nueva oportunidad para volver a empezar.

Fue conmovedor ver cómo la historia presentada conectó con tantas realidades personales, revelando que todos, en algún punto, hemos sentido rechazo, confusión o cansancio pero también que todos podemos experimentar restauración, propósito y esperanza.

El cierre de este evento estuvo cargado de gratitud. Una sensación de plenitud llenó el lugar mientras las voces se unían para exaltar a Dios con gozo y convicción. Era evidente que algo había pasado: que los corazones estaban más ligeros, que las familias estaban más unidas, que la comunidad estaba más fortalecida.

El Ágape no fue simplemente un evento: fue un encuentro con la gracia, con la verdad, con la luz.

Porque cuando una comunidad decide abrirle espacio a Dios y a la familia, las vidas cambian.
Y el Ágape, hizo esa transformación tangible.Que sigamos siendo una familia que brilla, que ama y que camina con propósito.